Adolescencia & Violencia Filioparental

“O me lo das o te mato, y tú cállate, puta”. De un adolescente a su madre en mi consulta reclamándole su paga semanal.

El perfil

Podría llamarse Pedro, Juan o Jonathan, pero también Carmen, Begoña o Eli, no hay distinción de género, sólo son nombres, personas, jóvenes, pero sobre todo son víctimas de una estructura familiar disfuncional arriesgada y peligrosa; son el rebosadero de una sociedad permisiva e incoherente que arrastra a los jóvenes a naufragar en una orilla de dolor, de odio y de soledad, de inmensa soledad.

Podría tener entre 12 y 18 años; su edad no se mide en años sino en experiencias de vida. Hay demasiados jóvenes que en muy poco tiempo han vivido con más intensidad que otros muchos adultos, y con su aparente corta edad ya han tenido experiencias tan difíciles en su infancia, que su juventud parece un campo de minas emocionales de donde les será muy complicado poder escapar con vida.

Podría vivir en una familia humilde, en una familia desestructurada, en una familia acomodada o en la más alta sociedad, su estatus no entiende de diferencias a la hora de mostrar las heridas de una educación opaca, vacía de emociones y estéril de experiencias positivas; la culpa siempre la podremos trasladar a la influencia de las malas compañías o de los muchos excesos de la sociedad actual.

Podría agredir tanto a su padre como a su madre, porque su nivel de tolerancia hacia la violencia filioparental ha ido progresivamente aumentando, y lo que antes eran simples voces ahora son amenazas, insultos desproporcionados y agresiones tanto físicas, verbales como emocionales.

El contexto 

El contexto social incita a la rivalidad y a la violencia, a la supremacía del más fuerte, del más rápido o del más inteligente; esto viene de bien atrás, pero parece que la sociedad cada día recurre más a nuestro “pasado más depredador” y los niveles de violencia son cada vez más elevados en la televisión, cine, literatura, marketing, videojuegos y por supuesto en la educación, porque lo que estamos haciendo con el sistema educativo es de lo más sectario, discriminatorio y agresivo, y nadie hace nada por evitarlo.

El contexto familiar. Los padres muchas veces permanecen pasivos ante las malas formas de sus hijos, quedando relegados a ser meros proveedores de bienes materiales y de atenciones innecesarias. Necesitamos una educación donde las prioridades se basen en las necesidades reales de nuestros hijos, no en sus artificiales demandas, ellos tienden a la búsqueda del placer permanente e inmediato, aunque no hacen nada que antes no nos hayan visto hacer a los adultos, simplemente nos imitan. Los últimos responsables del consumo de los adolescentes somos las familias, no ellos. Un niño que crece pensando que el mundo es suyo, posiblemente cuando sea joven terminará creyéndose el centro del universo, pero ese universo se ha creado sólo por y para él, ajeno a valores pro sociales con los que establecer relaciones sanas y respetuosas.

El contexto educativo está condicionado por la falta de valores o las “rebajas” que hemos permitido de aquellos valores esenciales para una educación adecuada. Los docentes luchan por mantener el respeto y casi tienen que convencer a sus alumnos de la necesidad de recibir unos conocimientos que les permitan completar su formación académica y luego profesional, lo nunca visto. Todo lo que «sale mal» se le achaca por defecto al sistema educativo, se critica a los profesionales y se menosprecia su labor. Sobran argumentos para no perder la calma.

El contexto individual se encuentra marcado por las sobre-etiquetas, convirtiendo la adolescencia como concepto sinónimo de algo difícil de superar por parte de todos: adolescentes, familias, docentes y sociedad. Un adolescente es una persona en pleno proceso de cambio, sólo (y todo) eso, y ese cambio se produce en muchos casos marcado por la educación que han ido recibiendo a lo largo de la infancia; nada es porque sí ni súbito, todo tiene su explicación. Los adolescentes se convierten en los portadores del síntoma disfuncional de su familia, son meros actores que interpretan el guión que nosotros como padres y madres les hemos ido dictando, pero al final son ellos los que terminan sentados en las consultas de los especialistas o ingresados en centros de menores por conductas de alto riesgo.

El resultado

La violencia como solución nunca servirá de nada. La violencia como herramienta ya sabemos que es fallida y está más que demostrada su ineficacia, pero insistimos en reproducir de nuevo el error a sabiendas de que nos hemos convertido en modelos obsoletos y sobre todo en modelos negativos para nuestros más jóvenes.

Un adolescente violento es el resultado de una pobre relación de apego y/o de una mala educación, y sí, es un problema que debemos afrontar entre todos porque entre todos lo hemos permitido. Los casos de violencia filio parental se han disparado en los últimos años debido a unos hábitos educacionales basados en la permisividad, en la incoherencia y, en muchos casos, en una negligencia que de poco o nada sirven a nadie.

Cuando adolescencia y violencia se confunden no podemos conformarnos con intervenir con la parte visible de todo esto, debemos profundizar en las causas, en sus factores determinantes y mantenedores, debemos, todos, rectificar desde la asunción de la responsabilidad que compartimos para devolver en cada caso, la calma, la serenidad y la confianza robada a cada familia.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

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