La infancia. ¿Una etapa sobrevalorada?

Siempre se ha querido a los hijos y cada uno sabía el lugar que ocupaba en la familia. Siempre ha sido así, hasta ahora. Hemos pasado del autoritarismo de los padres a la anarquía absolutista de los hijos, y sólo se oye una voz, la de sálvese quien pueda. La sociedad se ha vuelto también permisiva y tentadora, poniendo en bandeja un nuevo modelo, el de la familia como proveedora de necesidades inútiles, quedando relegada a callar y a facilitar, y eso es lo mismo que no entender nada de nada.

Este artículo no trata de restar importancia a los hijos, todo lo contrario, trata de devolverlos al lugar que necesitan para crecer, porque crecer pensando que ellos son lo único importante no es crecer, es engañar, es prevaricar (defender lo que se sabe equivocado), es lo más parecido a una nueva forma de maltrato infantil. La vida que les espera no tiene nada que ver con la parodia que les estamos ofreciendo; nacen y crecen rodeados de agasajos, de comodidades, de vida fácil centrada en lo inmediato, de un estatus proteccionista que no sirve para otra cosa que para criar inútiles funcionales y emocionales. Una de las consecuencias inmediatas será que ante los primeros esfuerzos o exigencias, nuestros hijos van a salir despavoridos hacia nuestros eternos y tiernos regazos con cualquier excusa que justifique que esto o aquello le ha provocado rechazo o disgusto.

En la mayoría de los países que nos rodean se observa una clara diferencia, allí los hijos son un miembro más de la familia, no el único. Aquí renunciamos a todo (algunos incluso al lecho) con tal de hacerles creer que por eso somos unos padres y madres maravillosos. ¿Qué crees que siente un niño cuando viene al mundo y sólo conoce un universo en el que todo gira entorno a él? Ya de entrada suena todo excesivo; el egocentrismo está servido, es y será el biberón con que alimentar su confundido ego, su magnífico narcisismo, su poderío caduco, pues esto no se sostiene de la puerta de casa para fuera; porque fuera están los problemas, por tanto, mejor cerca de mi reino, mejor cerca de quien siempre me ha protegido, y si esa protección pierde eficacia, ¿a quién le llueven las hostias? a mamá y papá, faltaría más.

Hemos sobrevalorado la infancia convirtiéndola en lo que no es ni hace falta que sea, un tránsito acelerado hacia la edad del consumo rápido, y no me refiero a la adolescencia, que llegará si acaso más confundida que nunca; los niños ya saben que esto se basa en pedir caprichos (vía móvil) y esperar (muy poco) a que les lluevan del cielo (Internet). Familias homologadas, pediatras amedrentados, maestros coaccionados, monitores vigilados; todo, absolutamente todo lo hemos sobrevalorado ofreciendo un modelo megalómano basado en su ombligo, ese agujero negro que absorbe antojos a su paso y engulle galaxias de plástico.

Niños del hastío, de la abundancia más arrogante, niños empoderados por la más absoluta falta de criterio; niños elevados a altares paganos carentes de valores prosociales, niños irrespetuosos, egoístas, hedonistas y sobre todo desgraciados. Desgraciados porque no tienen a nadie que les corrija ese error de la naturaleza, el error de creerse queridos cuando en realidad son simplemente agredidos. Niños sin remedio porque han perdido lo más preciado que podemos poseer, la infancia, con sus recuerdos de tardes interminables inventando castillos con cajas de cartón, arcos y flechas de madera, columpios con cuerdas y una rueda de tractor, según disponibilidad, claro.

Nuestros hijos, aparentemente, viven mejor que nosotros. Ya ni caminan, ahora se desplazan en imposibles plataformas eléctricas que en sigilo los llevan como a muñecos ingrávidos e inertes, algunos dan miedo con esos brazos pegados al cuerpo e inclinados hacia delante, no sé si es miedo o pena, pero son lo que son, ávidos aprendices de una vida basada en tener más que en ser. Los adolescentes no entienden la palabra esfuerzo, no saben qué es eso, pero quítales el móvil, que harán lo imposible con tal de recuperar «su derecho».

Y todo por una educación confundida desde la base, desde la cuna, desde antes del nacimiento; porque está muy bien eso de preparar el nido, todos lo hemos hecho, pero se nos ha ido la mano con tantos innecesarios inventos que apenas sirven de nada; esos dormitorios sobrecargados de tantos adornos que salvo estresar a cualquiera, poco o nada importan a nuestro recién nacido; bueno, puede que si, que les gusten las cortinas a juego con la cenefa, con el cabecero, con la lamparita de noche y con el mural gigante pintado en el techo… lo dicho, escalofriante.

La infancia es otra cosa muy diferente a todo esto que nos hemos inventado. La infancia es quietud, es jugar con un palo, una caja o un retal de tela. La infancia se reconoce por marcas de golpes aprendiendo a montar en bici, por caídas imposibles del tobogán y por el número de hormigas perseguidas en el parque. El tiempo no se mide en juguetes, se mide en juegos. La paciencia es esperar a que llegue cada cosa a su momento (lo digo porque el año pasado vi árboles de Navidad a primeros de noviembre), tiempo al tiempo, tiempo al tiempo.

La infancia que se merecen nuestros hijos no es en absoluto la que les estamos ofreciendo, y si nosotros lo pagaremos caro, ellos serán quienes vivan con ese lastre para toda la vida, y eso es demasiado tiempo.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

 

14 comentarios en «La infancia. ¿Una etapa sobrevalorada?»

  1. Como siempre Luis, de acuerdo con todas y cada una de tus palabras. Como acabo de comentar hace un par de días cada vez más voces especialistas alertan de lo mismo!!! Claro que sí que hay poner límites, decir no, restringir el móvil, dejar que asuman sus errores, sus olvidos, fomentar su autonomía, imponer reglas, ……. : es nuestra labor como padres y es una labor diaria. Si no, lo que estamos haciendo es fomentar su egocentrismo, su desinterés absoluto por todo lo que no le concierna a ellos, hacerlos sentirse el ombligo del mundo y cuando se den de bruces con la realidad ¿qué?; entonces vendrán los reproches por todos lados, la pena por no haber sabido poner freno a tiempo, el arrepentimiento por no haber establecido el lugar de cada cual, ……

    1. A estas alturas ya no hay que poner límites a los niños, sino a los padres. El narcisismo de un hijo no es suyo, es dado, es volcado de arriba a abajo. El despropósito es nuestro, no hay duda.
      Gracias y ¡vuelve cuando quieras!

  2. Sin palabras. Tienes toooda la razón. Aunque pienso que aún hay esperanzas y hay muchos padres que queremos algo muy sencillo y que creo que con sentido común se puede llegar a lograr, y es educar , simplemente educar a tus hijos. Con respeto, amor y disciplina. Si, disciplina, que parece que esa palabra hoy en día no se debe usar y mucho menos poner en práctica…
    Ojalá y todo vuelva a la normalidad y a lo natural. Yo haré todo lo posible.

    1. Pues esa es la actitud Marina, recuperar esa normalidad en la rutina, en el respeto, en los hábitos, en las buenas maneras; incorporado todo lo mucho y bueno que nos ofrece este presente, pero a sabiendas de que no todo vale cuando se trata de educar, porque no dar, también es dar.

  3. Considero un análisis muy sensato, y acertado. Ya he accedido a análisis similares en otras oportunidades. Ahora… lo que aún no encontré es a alguien que, a los padres que hemos cometido ese error, y que tenemos hijos adolescentes – etapa en la cual, justamente, recibimos las «cachetadas» de nuestros errores, y por supuesto duele – nos orienten acerca de qué hacer. Qué podemos hacer, para enmendar y corregir nuestros errores? Podemos rectificar el rumbo? O ya no hay nada que hacer? Me gustaría, y agradecería, una orientación al respecto. Saludos.

    1. Empezar por reconocer con ellos el error al que les hemos llevado. La autocritica debe estar presente en todo proceso de reeducación, y si el deterioro es importante, para eso están, estamos, los psicólogos de Familia, para devolver a cada cual el rol que le corresponde a sabiendas de las resistencias lógicas que se han de salvar. Nunca es tarde Liliana, nunca cuando merece la pena.

  4. Completamente de acuerdo ,pero como podemos los padres rectificar nuestra forma de educar ???quien nos puede dar pautas sencilla para que no estemos criando a niños «flojos » que ante la primera adversidad sea cual sea ya se ven superados ??!? La sociedad en la que vivimos tampoco no lo pone fácil,continuamente bombardeando con una publicidad que no siempre es beneficiosa .

    1. Apaga la tele y enciende tu mejor paciencia, esto es un pulso, y solo lo gana quien demuestra tener un criterio firme, pero como sospechen que dudas, irás hacia atrás en lugar de hacia alante. La abnegación, es decir, la capacidad de llevar a cabo esfuerzos sin más, se educa desde la primera infancia, con todo el respeto hacia la persona, pero con toda la firmeza de esto es lo que hay porque te quiero. Los niños no nacen flojos, los volvemos flojos dándoles todo hecho. Ignora a la sociedad, actúa bajo tu propio criterio. Ese es mi mejor consejo.

  5. Estoy completamente de acuerdo con tu artículo Cano. Se viene respirando hace tiempo la filosofía del «mi primo que tiene un bar desde siempre me ha dicho _tanto tienes tanto vales». Espero que seamos capaces de reconducir esta situación…. Ya ves nos hace falta un «ojo sencillo

  6. Llegué a tu artículo, porque como docente de escuela básica y media en Colombia, he llegado a similares conclusiones: la infancia está sobrevalorada, sobreprotegida, si se permite, «mitificada». Pasamos de un extremo autoritario a otro «laissez faire». Los niños del hoy no conocen límites, son pequeños emperadores en la burbuja creada por los adultos. No tienen las mínimas herramientas para enfrentar la vida real, y si la vida es felicidad, pero también es caerse y aprender a levantarse, ¿Cuando se enteraran de que están vivos?

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