Cuando los hijos “pierden la gracia”… y los queremos educar.

Cuando tenemos hijos y luego nos damos cuenta que lo importante no era tenerlo todo controlado. Cuando vemos que lo que realmente no podía faltar era la paciencia con que afrontar las malas noches. Cuando aprendemos que lo que nuestros hijos necesitan es la seguridad de una calma que no se vende en farmacias. Cuando vemos que nuestros hijos ya no obedecen… Es entonces cuando hemos llegado al punto de no retorno, ese momento en que “los niños han perdido la gracia” y decidimos comenzar a educarlos sin saber por donde empezar porque nos tienen secuestrados por el “yo quiero”.

No hay que perder la calma, hay que perder si acaso el miedo; el miedo a poner normas, el miedo a los berrinches, a los chantajes e incluso al rechazo. No hay educación si faltan límites o normas, es más, son los únicos cimientos reales sobre los que vamos a construir a las personas adultas que serán nuestros hijos; el resto es literatura, pues querer fantasear un futuro ideal sin argumentos es lo más parecido a la ciencia ficción, y estamos convencidos de que eso no es lo que pretendemos ni lo que queremos.

«Educar cuesta mucho, pero no hablemos de términos económicos -que también- sino de la factura emocional al ver que nada es como lo imaginamos en su momento».

Noches de ojeras y cebollas para la tos, biberones fríos, gases, vómitos, todo tipo de eccemas, fiebres súbitas, carreras hacia urgencias, infecciones, un virus, y luego otro, y otro… terrores nocturnos, la falta de empatía de los vecinos, la mirada inquisidora del algún pediatra de guardia por haberle molestado por nada, los consejos impertinentes de los que ya han tenido hijos, mocos, mocos… y más mocos, ah, y el saca mocos (cualquier método de tortura se queda corto al lado de semejante artilugio), o la dichosa hora en que le dimos el móvil para que comiese tranquilo…

¿Ya? No que va, espera: la dentición, los pañales, espera a que pronuncie no sé cuantas palabras, que no pegue mucho o muerda en la guarde, que sepa jugar solo, que no se trague nada peligroso, que no se pille ningún dedo en una puerta sin protectores, que todo vaya bien, que todo vaya… ¿Que todo qué?

La pareja se deteriora en demasiadas ocasiones, pierde su espacio y su intimidad; crecen los hijos y crecen las discusiones sobre cómo hacer esto o aquello, sobre las normas, los horarios o los hábitos domésticos. La vida sexual relegada con creces al olvido, la falta de criterio común, la balanza de la igualdad en permanente desequilibrio… Elige el tipo de colegio, discrepa sobre sus maestros, los pediatras, o las extraescolares y sus fantásticos beneficios. ¿Disfrutar? ¡¡Pero si no tenemos tiempo!!

Educar no es cuestión de tener más o menos gracia; es una cosa muy seria como para dejarla en manos del azar o del simple paso del tiempo. No, educar es nuestro propio sacrificio o nada; educar es aparcar apetencias, prioridades y gran parte de nuestras necesidades a la espera de que algún día ir, poco a poco, recuperándolas. Educar es una inversión unilateral de tiempo y esfuerzo que parece que no termina nunca, y es así, porque no tiene final.

No esperemos a que nuestros hijos dejen de “tener gracia”, educar es compatible con disfrutar sin olvidar que nosotros somos quienes tenemos la última palabra.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

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