El Trastorno Narcisista y el error de huir de uno mismo.

Los errores calan, traspasan, penetran la barrera de lo finito convirtiéndonos en simples mortales, y eso no nos gusta. Los errores nos asustan, nos inquietan y nos invitan a asomarnos al abismo de uno mismo. Un tal Narciso ya lo dijo: “no hay nada más bello que la perfección de mi reflejo”, y parece que muchos hemos heredado parte de ese complejo de inferioridad, una semilla que al crecer puede impedir el desarrollo de algo vital para ser felices: la empatía.

De pequeños nos corrigen, nos riñen y nos castigan, y si no cumplimos con lo esperado nos señalan con una siempre injusta etiqueta. Los errores son el estigma de lo nocivo, nuestro lado más oscuro y negativo. Somos el resultado de todos nuestros magníficos errores y sin embargo no los apreciamos como parte de uno mismo. ¿Errores o defectos? Para sentirnos acomplejados sirven tanto los errores que adquirimos como los que heredamos, y todos vagan moribundos por nuestro Yo instalándonos en el limbo de los ignorantes; todo por negarnos a aprender de ellos.

Negaciones, proyecciones, desplazamientos, disociaciones, regresiones, racionalizaciones y demás mecanismos de defensa; todo un despliegue de medios para reafirmar nuestro mejor “Yo no he sido”. No pasa nada, ahora están de moda los errores, pero el miedo a perder el estatus de ser bien queridos y admirados nos obliga a defendernos de toda posible amenaza, nuestra inseguridad más desnuda; y nos volvemos agresivos, vehementes y arrogantes, todo para dejar claro que «en mí no hay quien entre».

Por mucho que racionalicemos el miedo al error siempre sabremos lo que hemos sentido, siempre tendremos una huella indeleble más o menos consciente que nos indica su fatídico camino. Somos maquilladores de lo bien parecido y forzamos lo que somos hasta pulir una imagen similar a cualquier imposible ídolo. ¡Somos así, nos encanta imitar los errores de los demás! Claro que eso nos exime de todo perjuicio.

Cínicos, neuróticos, psicóticos, depresivos, bipolares, esquizofrénicos, distímicos, ciclotímicos, ansiógenos, maníacos, pervertidos, paranoides, fóbicos, negativistas; en definitiva, podemos llegar a proclamarnos como falsos profetas de la nada porque somos la suma de la presencia de todo lo patológico, de todo lo difícil y escurridizo. A veces somos torpes, vagos, lentos, miedosos, temerosos e inseguros. ¿Y?

Somos ruinas meticulosamente reconstruidas de cimientos muy profundos sospechosos y enfermizos; somos mendigos de una dudosa felicidad envasada al vacío; somos un espacio entre ser alguien y no querer sentirnos perdidos; somos el fiasco de lo poco que hemos aprendido a aceptarnos a nosotros mimos.

Sólo somos imperfectos puzles siempre inacabados por el simple hecho de estar vivos; somos una sutil manera de sobrevivir bajo la apariencia de no querer sufrir; somos a veces nuestros mejores aliados y, otras muchas, nuestros peores enemigos.

No se trata de presumir de errores ni de ver quién es más humilde a la hora de asumirlos, eso sólo sería más de lo mismo, un «postureo umbilical» rancio y aburrido. Se trata de tomar conciencia, de reparar y de aprender que no somos perfectos porque el primero que nunca lo será eres tú mismo. Ese es el error: no parar de mirarnos tanto el ombligo.

No es magia, es educación.

Luis Aretio.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.