La desmotivación, una pandemia en niños, jóvenes y adultos.

“Mis hijos no tienen ilusión por nada; se pasan el día desmotivados pegados a todo tipo de pantallas o a cualquier cosa que les ayude a olvidar que no hacen nada”. ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos mostramos a veces tan desinteresados por todo? Tanta comodidad durante la infancia no nos prepara para lo que llegará tarde o temprano, la hora de los esfuerzos, de los sacrificios, de la superación, del aguante; en definitiva, valores personales declarados hoy en grave peligro de extinción.

Ya no encontramos sentido a lo que no es inmediato. Cuando vivimos una crisis de pareja  la queremos resolver rápidamente; si observamos una conducta difícil en nuestros hijos la fulminamos, y si notamos una sola diferencia, vamos todos y la señalamos usando injustas etiquetas. Es cierto, nos va lo fácil, lo cómodo y lo superficial. Todo lo que tarda en llegar pierde el sentido y disipa el poder de la motivación, motor de todo esfuerzo, renuncia o sacrificio.

Tenemos miedo a los cambios, a lo desconocido y a enfrentarnos con nosotros mismos para cuestionar nuestro cómodo criterio ante todo lo que suponga un esfuerzo, y ese miedo genera mucha desmotivación y una gran apatía; el malestar se convierte en un ruido constante e incómodo en forma de “debería hacer algo pero no encuentro las ganas”. Lo triste es que en ese proceso de análisis permanente se nos olvida quizás lo más importante, que disfrutar es superar esfuerzos, no evitarlos; ése es el error y además la llave de toda pereza.

Tenemos miedo a no ser felices, miedo a que no nos quieran nuestros hijos, miedo a que nos rechacen por raros, sí, por diferentes, por no hacer lo mismo que el resto de la gente. Y cuando tenemos miedo hacemos lo que haga falta (o lo que nos digan) para dejar de sentirlo, sacrificando así todo instinto individual con tal de no sentir ansiedad, puerta del pánico y de la soledad.

La distancia de satisfacción que se establece entre el esfuerzo y el resultado genera una percepción subjetiva muy hedonista de la realidad basada en la gratificación inmediata; el intervalo entre la acción y la recompensa cada vez es más estrecho, más cercano y aparentemente más satisfactorio, pero sigue sin ser real. Hay que tener en cuenta que las cosas importantes de la vida suelen hacerse esperar, y ya sabemos que no nos sientan nada bien tantas demoras.

Tenemos la bonita responsabilidad de enseñar a nuestros hijos a esperar; pero claro ¿nosotros sabemos esperar? Deben aprender a realizar esfuerzos y juntos demostrar qué es eso de tener paciencia; aprender a hacer sacrificios, a renunciar, a respetar los tiempos, a soportar las inclemencias de los malos momentos o a sufrir cierto nivel de dolor sin tener que salir corriendo en busca de consuelo.

Nada de esto lo vamos a encontrar fuera de nosotros, ni en libros ni en Internet, porque esto se enseña con lo único coherente que tenemos, nuestro propio ejemplo. Os dejo una respuesta-regalo para vuestros hijos: “Esto lo hacemos porque te queremos”. Y no esperéis que os lo agradezcan ni que lo entiendan.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

Un comentario en «La desmotivación, una pandemia en niños, jóvenes y adultos.»

  1. Creo que lo tienen todo sin ningún tipo de esfuerzo personal o
    merecimiento. No conocen el valor de las cosas. Todo es inmediatez y no son capaces de trabajar la paciencia de ver crecer la semilla del esfuerzo por lograr algo que les llene de ilusión, porque no tienen ilusiones ❤️

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