La felicidad y la nueva psicología, cuidado con tanta emoción.

Es cierto que somos lo que sentimos, y también que las emociones gobiernan casi todas nuestras decisiones. A lo largo de la vida vamos ampliando nuestro laboratorio emocional personal a golpe de experiencias y decisiones que nos van determinando, avanzando con cada acierto y aprendiendo con cada error. Tanto si nos va bien como si no, vamos desarrollando reglas de vida que nos marcan el camino a seguir desde la infancia; las prioridades de autosatisfacción se ven condicionadas por la edad o mejor, por el nivel de desarrollo madurativo, por la capacidad de autonomía e independencia según cada etapa evolutiva, y por supuesto por el nivel de inteligencia como recurso personal, familiar y social. Entendamos la inteligencia como la capacidad para solucionar problemas y generar un provecho social, no como el resultado de muchas horas de estudio y la acumulación de brillantes expedientes o títulos académicos, eso también es inteligencia, pero no es más inteligente quien más sabe sino quien más vale y quien mejor sabe afrontar el conjunto de las demandas individuales y sociales.

La oferta:

Nos ofrecen convertirnos en personas emocionalmente inteligentes, en educar nuestra conciencia y atención plena; podemos encontrar el sentido de la vida meditando y reflexionando desde un enorme abanico de rituales místicos y sensoriales; nos animan a crecer siguiendo corrientes con cierto olor a moda bajo anglicismos que apenas logramos pronunciar bien; también está de moda forzar el cuerpo para educar la mente con técnicas sorprendentes o deportes imposibles, todo muy actual pero agotador; al mismo tiempo vamos consumiendo libros, blogs, canales de vídeo, jornadas, cursos, cursillos, seminarios, retiros, encuentros, simposios… y talleres para casi todo tipo de forma de expresión artística.

guruSomos ávidos buscadores de sensaciones, de experiencias nuevas y reveladoras con las que luego debatir en veladas con amigos que cómo tú, tan sólo van buscando sentirse un poco más queridos, cuidados y protegidos. La seguridad personal individual no debe residir en una revelación iluminada más o menos novedosa, es algo mucho más mundano y cotidiano, es una actitud si acaso más humilde y sencilla. Nos ofrecen felicidad en todo tipo de formatos dándole apariencia de producto imprescindible, luego la publicidad hace el resto del trabajo, y lo hace de manera implacable sabiendo perfectamente cómo vendernos casi de todo.

Sentirnos bien con nosotros mismos es sentirnos coherentes al margen de la creencia o pertenencia a todo o a casi nada, es vivir el respeto entendido al margen del derecho individual, porque de tantos derechos que hemos adquirido, nos creemos con el derecho a comprar identidad, y con ella quizás… algo de felicidad.

¿Coherencia como medio o como fin?

Ser coherente hoy día es como tratar de vivir en una realidad paralela que nunca o casi nunca conectará con la nuestra, esa realidad estresada y cansada que nos limita por finita y eventual y donde las lecciones de vida señalan nuestras espaldas con palos dolorosos a veces tan injustos como inmerecidos; esa misma realidad que tuerce voluntades con frustraciones surrealistas y donde abundan las collejas diarias, esas que molestan tanto como las otras más importantes, pero que no nos dejan tranquilos por pesadas y por constantes.

Nuestra realidad es maravillosamente imperfecta y la coherencia, por definición, se aleja de ser un fin, un objetivo o una meta, para ocupar un papel destacado como recurso, un recurso complicado, pero muy necesario.

Cuidado, las soluciones mágicas no existen.

La felicidad que tanto perseguimos no se encuentra encerrada tras los numerosos paradigmas que constelan a nuestro alrededor. La felicidad es una actitud frente a los desequilibrios, frente al dolor y al desamor, frente a las frustraciones, el duelo, decepciones y desengaños; es la capacidad más o menos desarrollada de entender que nada ni nadie nos va a “sacar las castañas del fuego”, es saber mantener la ansiedad, esa que tanto miedo genera pero que a la vez forma parte de nosotros, dentro de unos niveles soportables o tolerables. Nos enseñan a huir de todo lo complicado a golpe de ansiolíticos que nos permitan esquivar u ocultar el sufrimiento; la realidad más desagradable parece vivir dentro de la caja tonta, y eso nos despersonaliza al mismo tiempo que nos inmuniza contra dolores más cercanos, porque de los lejanos ya ni hablamos; parece que el mal ajeno se ha convertido en una excusa para volcarnos en las redes sociales y con el que poder debatir o exhibir nuestra propuesta más solidaria a golpe de clic, clic, clic. Compartimos tragedias y miserias creyendo que eso nos hace mejores personas o mejores ciudadanos, ignorando a veces la ayuda que pueda necesitar nuestro vecino o amigo más cercano.

La magia pertenece a los magos, y tiene mucho más de ilusión y entretenimiento que de revelación. Los nuevos gurús de la comunicación parecen salidos de chisteras gigantes quienes, en lugar de portar bigotes y orejas grandes, nos exhiben sus recetas con las que podemos sanar cualquier desavenencia del alma, y claro, el espectáculo dura lo que merece, y nunca perdura más allá de cerrar el libro, el último vídeo o la enésima frase agraciada. Nos venden humo porque nos encanta comprar humo, y claro, el humo no hay quien lo encierre ni quien lo retenga, tan solo es eso, tan solo es nada.

Luis Aretio

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