Los demás y el Yo: la soledad social.

Podemos vivir en dos realidades. La disociación de nuestra psique nos permite adaptarnos a nuestras exigencias internas y a las externas. Dos posicionamientos que a veces no se encuentran ni se conocen, pero que no se entienden el uno sin el otro. El ser social, con la verdad única de los demás, no se entiende sin el ser individual. Al ser objetivo se llega desde el ser subjetivo ya consensuado.

Desarrollamos creencias sin que hayan madurado lo suficiente, y no hay quien luego las pueda digerir. Confiamos en un mundo mejor sin la conciencia común/colectiva necesaria para provocar una cadena de decisiones a favor del ser social. Devoramos expectativas falsas sin un pensamiento crítico que les dé un mínimo de credibilidad. Soñamos sin verificar si es un imposible, un “fake” emocional, una distorsión más. Imaginamos lo inimaginable, y lo que podría ser un valor se transforma en dolor.

La aprobación del ser social es un refugio mal construido, pero fácil, del individuo como un todo único. Sin el reconocimiento de los otros nuestro ser individual pierde su sentido. Se impone el “tengo que ser igual que los demás” y eso nos da la sensación de estar integrados. Intentamos sostener lo que vamos construyendo desde que nacemos, pero los cimientos no los hemos elegido, nos fueron impuestos por nuestros testamentarios, y su herencia les delata a ellos y a sus ancestros.

Luchamos contra el machismo, contra la soledad, las drogodependencias… luchamos contra el “mal” desde el ser social, no desde el ser individual. Donde surge la reflexión no es donde se encuentra la solución. El ser social se estremece en quejas organizadas, pero no traspasa la epidermis de nuestro ser individual. La capacidad de introspección no depende del ser social. El ser individual se defiende de sí mismo y eso provoca la gran incoherencia por lo voraz, lo cómodo y lo inmediato. Lo superficial anula todo amago de decisión elaborada e impide la razón al verse secuestrada por la gran masa del ser social. El cerebro del ser individual está plagado de accesos inconscientes  -no conscientes- y no lo soporta, y sucumbe a la llamada del ser social hacia lo igual, y pacta con sus secuestradores un silencio moral que le anestesie cualquier dolor, malestar o sensación de soledad.

La ficción anida con impunidad en los pliegues de nuestra corteza cerebral como un pensamiento mágico universal. La ficción no sabe convivir con lo real, le resulta aburrido por naturaleza. Lo normal es bloqueado por el “y yo más” y ya no se vuelve a sentir paz ni  calma. El objetivo de ser felices ha caducado y lo hemos sustituido por parecer felices sin serlo. El ser individual se ha visto absorbido por su aplastante insignificancia. El resultado es un todo pseudoparadigmático imposible de conciliar. La tendencia es justificar a toda costa nuestra soledad en una gran excusa/mentira colectiva que sólo reporta más soledad. No existe mayor incoherencia.

Luis Aretio

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