Los niños felices obedecen, y hacen lo que les piden sin poner mala cara; dan las gracias, y piden disculpas cuando alguna vez se pasan de la raya; son felices, son sinceros, y no temen hablar de ellos ni de sus miedos. Son responsables, y les encanta serlo; no agreden, pero defienden con valor a quienes ven sufrir; respetan ya sean pensamientos, creencias o ideas.
Los niños felices hacen esfuerzos para superar baches y sus malos momentos; toleran frustraciones: todo eso que no salió como esperaban. Saludan mirando a la cara, tienen inquietudes, piden ayuda cuando algo se les resiste, y hacen amigos nuevos con tan sólo una mirada.
Los niños felices se aburren, pero no se agobian ni molestan; tienen criterio, y eso les permite actuar con libertad. Prestan atención en el cole, en casa y donde vayan; cuidan sus juguetes, son ordenados. Intentan hacer felices a quienes están a su lado; tienen paciencia, y aprenden a ahorrar porque saben esperar.
Los niños felices comparten lo que son y lo que tienen sin mirar con quién, saben perdonar errores, los suyos y los de los demás; sienten que son queridos y respetados, toman decisiones flexibles y adecuadas, y guardan por lo que pueda pasar mañana; sonríen porque les sale de dentro, les sale del alma, y regalan sin querer queriendo, miradas mágicas.
Los niños felices se quieren, porque son queridos con calma.
No es magia, es educación.
Luis Aretio