Los niños y el verano. Una oportunidad para hacer cosas diferentes.

¿Recuerdas cuánto duraba el verano cuando éramos pequeños? Yo sí; duraba una eternidad, era una sensación de días interminables. Una visión pausada, tranquila y serena que nos permitía coleccionar mañanas de aficiones, tardes sin siesta y noches de complicidad por aquello de tardar más de lo normal en irnos a la cama.

Ahora nada es igual aunque el verano dure lo mismo. La televisión, antes casi inexistente, ahora nos hace permanecer sentados en nuestros cómodos sofás. El aire acondicionado no hace más que quitarnos las ganas de salir hasta que no pase el pico de calor. Los más afortunados tenían una piscina donde escaparse al medio día, pero eso no era tan común como lo es ahora.

Ahora todo es más forzado o artificial, me explico: campamentos urbanos, piscinas homologadas, mil canales de tv, consolas, móvil tablet y un “sentarse a esperar” esos días de playa donde papá y mamá hacen un sobre esfuerzo descomunal para que luego a la vuelta nos contemos unos a otros dónde hemos estado, cuánto hemos hecho y lo bien que lo hemos pasado.

El verano también se nos ha ido de las manos. ¿Qué hacen ahora nuestros hijos? ¿Y el aburrimiento? ¿Qué ha sido de esa sensación de pereza? ¿Y las tardes de juegos interminables de mesa? No hay por qué estar en permanente agitación cambiando de actividad. No hay por qué provocar emociones constantes para que no nos reprochen que no saben qué hacer.

Seamos sensatos, lo que a nosotros nos parece poco a ellos les resulta un mundo, y tenemos la bonita responsabilidad de despertar el interés en nuestros hijos por actividades no tecnológicas que vayan más allá de las pantallas. El verano es una magnífica oportunidad para hacer cosas diferentes:

Leer juntos, escribir, dibujar, escuchar música o jugar con plastilina. Hacer polos con refrescos, manualidades con pinzas de madera, un pinball con gomillas o casas de cartón con ventanas y puertas. Disfraces con bolsas de basura, aviones de papel o papiroflexia, juguetes de barro, de madera o de cera. Tiendas de campaña con sábanas o colchas, las chapas, las cartas y los juegos de mesa. Esconder tesoros por la casa, dibujar mapas de piratas o viajar al espacio con escafandras de cartón. Decorar piedras, escribir un cuento ilustrado por ellos, un diario o lo que quieran. Aprender a tocar un instrumento, hacer dibujos con tizas o collage de mil maneras. Puzzles hechos con fotos y recortados como quieran, experimentos caseros sencillos, llenar globos con agua o con tierra. Fabricar regalos inventados para los abuelos o los amigos, crear postales caseras para luego mandarlas por correo, hacer caretas, muñecotes o marionetas. Construcciones con palillos y pegamento de barra, collares y abalorios con cosas que tenemos en casa como botones, macarrones o lo que sea. Leer juntos, que ya lo he dicho al principio, pero que me repito… por bonito. 

Bienvenidos al verano, el imperio de haz lo que quieras o el reino de lo que te de la gana, pero siempre con la satisfacción de apagar las pantallas con la mejor imaginación. Feliz verano y próspera creatividad.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

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