La generación del Yo surgió de una generación abnegada, expuesta a los grandes movimientos sociales e ideológicos del siglo XX cuyo origen estaba en los pensamientos románticos del siglo anterior… dando paso al existencialismo, al realismo, y al modernismo con su nuevo concepto del sentido de la vida, del tiempo libre y modificando el papel integrador de la familia. Un Yo que ha tenido que romper moldes sociales y deshacer estereotipos arraigados en modos de vida tradicionales difíciles de cambiar. Un Yo resiliente y comprometido.
La generación del Ya irrumpe en este siglo XXI tan moderno y tan digital asociada al gran boom de expansión de Internet, permitiendo el acceso a nuevas formas de comunicación instantáneas, sin límites, a herramientas virtuales que nos hacen creer que lo artificial puede convivir con lo real, con una tactilidad placentera hacia pantallas que hacen lo que le pedimos cuando se lo pedimos, y eso es muy potente para el Ya. No hay que hacer fuerza, todo es táctil, atractivo, entretenido y cómodo. Un Yo débil y sumiso.
La felicidad no entiende del Ya sino del Yo
El Yo es la parte consciente de la persona, su identidad y su capacidad para relacionarse; y para crecer necesita desarrollar dentro de la familia todos sus potenciales: aprendemos desde el ensayo error de los primeros años, pasando por la imitación de roles durante la infancia para luego completarnos con una visión de plena consciencia y autoafirmación al llegar a la adolescencia. Todo para culminar en el desarrollo de un sujeto “no sujeto”, un ser independiente capaz de resolver sus problemas sin ayuda o con ella, pero capaz por sí mismo.
El Ya por el contrario se rige por criterios de economía emocional: “Lo más a cambio de lo menos. Si puedo ¿por qué esperar? Si lo deseo ¿para qué renunciar?” El Ya nace en nuestras “debilidades carnales”, en la impulsividad más visceral, surge para disfrutar de lo inmediato, de lo importante que es satisfacer el ego a base de premios placenteros cómodos, fáciles y rápidos. Un falso Yo.
Si una persona tiene una imagen integral de quién es y de cómo es, no necesita añadidos externos para ser; no necesita que todo sea perfecto o que sus deseos sean siempre satisfechos. Un Yo maduro aprende que la realidad es cambiante y que a veces nos exige empresas complicadas de aceptar, y sabe que una expectativa es solo eso, algo que puede ocurrir o no sin convertirlo en un condicional, y eso le permite adaptarse a cualquier cambio imprevisto.
«Queríamos hijos fuertes y sanos, pero estamos consiguiendo lo contrario; ni son una generación más fuerte ni hemos conseguido ofrecerles un presente saludable, ni un futuro emocionalmente sostenible. Muchos son niños y jóvenes vulnerables, frágiles ante las dificultades, inseguros y poco resolutivos. Son una generación muy dependiente y demasiado vinculada/obsesionada con querer parecer más que con querer ser. Y todo esto sin ánimo de generalizar pero sí señalando a la familia como eje central moldeador y transformador de los cambios del Yo al Ya».
No es magia, es educación.
Luis Aretio