A la niña que se intentó suicidar hace unos días sus compañeros del colegio le llamaban “rata inmunda, sudaca de mierda” y no quiero imaginar cuántas barbaridades más. ¿Qué hacen niños de nueve años acosando, insultando, humillando y vejando a una niña de su misma edad? ¿Eso es lo que estamos consiguiendo como sociedad? Por más campañas contra el Acoso o Bullying que se hacen, por más sensibilización hacia la igualdad o contra el racismo, por mucho que se hable de respeto… otra niña se ha intentado suicidar con tan sólo diez años, y en el segundo día de volver al colegio.
Sobran etiquetas y falta respeto, mucho respeto. Respeto por la persona que hay detrás de cada opinión despectiva con tintes racistas, xenófobos, machistas, o de cualquier índole. Sobran etiquetas y falta dar visibilidad tanto a víctimas, a acosadores así como a quienes lo permiten: los muchos cobardes que saben y conocen lo que está pasando, llegando también a ser partícipes de manera indirecta del acoso o rechazo.
En estas dos últimas semanas he atendido a tres familias por problemas de acoso y de aislamiento hacia sus hijos; dos son de primaria y uno de secundaria. El curso no ha hecho más que empezar. Vamos mal. Vamos a peor.
Manuel tiene nueve años, y se define como un niño raro. “Yo sé que me rechazan porque soy raro, porque no me gustan las mismas cosas que a los demás, y sé que por eso se aburren conmigo y no tengo amigos”. “No, Manuel, tú no eres raro, los raros son los demás”.
Son legión, pero son invisibles. Son niños y niñas con alta sensibilidad, algunos con alta capacidad, pero la sociedad los hace invisibles porque se les mira y se les trata por lo que les hace diferentes, y eso les crea un estigma. Otros, muchos, son simplemente rechazados por alguna característica física o madurativa que les diferencia de los demás.
Da la sensación que en algunos centros escolares se duda de que exista rechazo o acoso en sus aulas; con eso sólo se favorece la impunidad. No se trata de abrir un protocolo de Acoso a la primera de cambio, pero sí de abrir los ojos más allá del aula y querer mirar en esos rincones donde se esconden asustadas las víctimas; querer observar el comportamiento del grupo entre los cambios de clase, en los comedores o a la salida del cole.
Sabemos que no hay recursos para que todo esto pueda ser una realidad, y que la solución no está en la mera vigilancia. Sabemos que la violencia viene promovida por los contenidos que PERMITIMOS que consuman nuestros hijos tanto en televisión como en Internet.
A la infancia le debemos mucho respeto, el que no sabemos infundir en la educación de muchos niños. A la infancia le debemos también serenidad, sensatez y mucha cordura, porque si no hacemos nada por proteger a las nuevas generaciones, los índices de suicidio entre menores serán los que nos harán ver que todo esfuerzo ahora es poco para proteger su futuro.
Las víctimas rara vez van a dar el paso porque no quieren preocupar a sus familias, porque saben que puede ser peor y porque están paralizadas por el miedo. Los agresores tampoco se van a tirar piedras a su tejado “reconociendo” su responsabilidad. Eduquemos a los “espectadores”, a la gran mayoría, a los que saben lo que está pasando en las aulas o en los grupos de WhatsApp para que, desde el respeto, denuncien y ayuden a quienes lo están padeciendo. Llenemos las aulas y los recreos de alumnos colaboradores que entiendan que denunciar una injusticia no es de chivatos, sino de héroes.
No es magia, es educación.
Luis Aretio