Menos chuches y más achuchones.

Las chuches han existido desde la edad de piedra, desde siempre vaya; la necesidad del ser humano de consumir azúcares las han ido convirtiendo poco a poco en un objeto asociado al ocio, al placer, a un capricho.

Su valor nutricional es cero, están compuestas de un 80 % de azúcares, y el resto son gelatinas procedentes de restos animales además de sustancias sintéticas para dar color, sabor, etc.

Comer chuches no es malo, ni mucho menos, es para una gran mayoría un placer, lo malo es no tener el control sobre la cantidad que comen nuestros hijos (y no tan hijos…).  Su consumo se ha generalizado tanto en edades como en horarios, y claro, hay niños que piensan que tienen el derecho a comerlas cada vez que quieran. Y cuidado con el marketing al que están expuestos, está diseñado para que consumamos a discreción, no para hacernos felices, para hacer felices a las multinacionales sin escrúpulo alguno.

Bien usadas son una fuente inagotable de motivación, no como un chantaje, sino como un refuerzo que permitirá la aparición de conductas deseadas, de pequeña “fiesta” por haber realizado un esfuerzo real. Para que un estímulo no pierda su eficacia lo mejor es aprender a dosificarlo, poco a poco. Que comer una chuche se mantenga como algo realmente extraordinario, poco común.

Y como siempre, nuestro ejemplo es el mejor de todos los argumentos. Cambiemos las chuches por achuchones, por cosquillas y cariñosos apretones.

Luis Aretio

¿Por qué mentimos?

Muy fácil, porque forma parte de la propia existencia de las personas, pero sobre todo, porque nos saca de muchos apuros, sobre todo emocionales.

Motivos para mentir no nos faltan, pero casi todo se resume en dos:

  • Cambiar la realidad, es decir, alterar la imagen propia, de alguien o de algún evento.
  • Evitar un castigo, ya sea en primera o en tercera persona (evitar que castiguen a alguien por ser yo sincero).

¿Dónde se aprende a mentir?

También muy fácil, en el entorno familiar (y quien no lo reconozca…miente). Sí, y no quiero decir que sea intencionado, pero nuestros hijos nos escuchan, nos ven mentir, nos “pillan” verdades a medias, y esto hace que lo veamos como algo realmente útil (si mis padres lo hacen…).

Mentir no siempre es malo, a veces nos saca de muchos apuros, lo malo es aprender a manipular para obtener siempre un beneficio personal, entonces tenemos un serio problema.

Ocultar información es mentir también, lo siento.

¿Qué hacer?

Esto ya es más difícil: demostrar con nuestro ejemplo que no se miente, verás que cambio; y en lugar de castigar: enseñar a no mentir.

No me quieras tanto… ¡quiéreme mejor! I 

Quizás pueda afirmar que soy uno de los psicólogos infantiles que menos niños atiende en la consulta; quizás sea uno de tantos profesionales que hemos llegado a la conclusión de que si los niños presentan dificultades conductuales, de hábitos sanos, de relación, emocionales e incluso de rendimiento…la responsabilidad no es de ellos, sino de los adultos que están en su entorno más inmediato, entiéndase padres, madres y/o docentes.

A la pregunta del millón: “¿cuándo tiene que venir mi hijo/a a la consulta?” La respuesta-reflexión… “posiblemente nunca”.

Si, es más una reflexión que una imposición, pero que al final cae por su propio peso. Si los padres cambiamos nuestros hijos cambian. Si los padres mostramos patrones de comportamientos flexibles y adaptables, nuestros hijos también. Si los padres sabemos dónde, cuándo y cómo hay que intervenir, nuestros hijos se verán muy beneficiados, y como resultado, las cosas se harán de forma diferente y sobre todo de manera satisfactoria.

No se debe “querer” tanto si no sabemos cuánto daño puede llegar a hacer ese exceso de amor. Dar sin pedir nada a cambio no es querer, roza el “maltrato” educacional, roza la negligencia parental, pues la vida no es ni será nada parecido, ¿o a ti te han regalado lo que eres y/o lo que tienes?, quien más o quien menos hemos tenido que aceptar muchas frustraciones de todo tipo para llegar hasta aquí.

Lo dicho: no es querer mucho…es querer mejor. Piénsalo, siéntelo.

Continuará…

 

 

 

 

Ni Juanito ni Juanón.

Ahora que tanto hablamos de Inteligencia Emocional, de Inteligencias Múltiples, Autoestima, Autorrealización, Autoayuda…ahora, la impresión que tengo, es que cuanto más se habla y se lee de algo, más se desvirtúa en su esencia.

Ahora todos sabemos de Autoestima. Los padres se hacen valedores de la felicidad de sus hijos y la familia se convierte en un castillo que, según el enemigo, soporta los asedios de la realidad con mayor o menor solidez, porque los castillos modernos no son de piedra como los de antes, no, son de conceptos, de argumentos retóricos transitorios o paradigmas cada vez más excluyentes por ¿modernos?

Ahora, los docentes están abocados a convertirse en los permanentes motivadores, coach, o entrenadores de nuestros hijos…ya no deben enseñar como antes, ahora convencen y motivan, convierten la empatía en una asignatura imposible de suspender, personalizan, diversifican, integran y crean vínculos.

¿Y quién se encarga de la disciplina? ¿La televisión? ¿Internet? Porque si las familias se han especializado en reforzar y los docentes en motivar… ¿Quién señala los límites?

No seamos ni tan clásicos ni tan modernos, seamos consecuentes, con nosotros, con el ejemplo que les damos a nuestros hijos, con los docentes de nuestros hijos (ellos ya saben cual es su labor). No pasemos del “porque yo lo digo”  a “lo que digan los niños”.

Lo dicho, ni Juanito ni Juanón, en medio está Juan, el eterno término medio.

Las Comparaciones: ¿son siempre odiosas?

De las comparaciones se dice que son odiosas, pero… ¿Qué es lo que las convierte en algo negativo?: pues que no sabemos utilizarlas.   Sigue leyendo Las Comparaciones: ¿son siempre odiosas?

Las Comparaciones: ¿son siempre odiosas?

Eso dicen, que son odiosas, pero, ¿qué es lo que las convierte en algo negativo?: pues que no sabemos utilizarlas.

Las personas comparamos desde la carencia, desde lo que no tenemos o creemos que nos falta, y si lo aplicamos a la educación, ¿quién es más listo, guapo o simpático?, ¿quién camina antes, habló antes o controló el pipí antes?, ¿de qué nos sirve?, ¿a quién le sirve?

Y si es entre hermanos, ni digamos el daño que hace a la autoestima de quien es comparado.

Frases célebres:

“Mira tu hermano cómo: obedece, recoge, come, o bla, bla, bla” este tipo de expresiones no ayudan ni a quien  compara ni a quien es  comparado, tan solo generan frustración mutua.

Cada persona es un mundo, y cada mundo debe ser comprendido desde la más estricta individualidad; si quieres que un niño mejore su comportamiento o realice un esfuerzo, por favor, descarta la comparación de su vida.

¿Quién educa mejor?, ¿mejor que quién?, ¿en qué contexto?; que un niño muestre unas competencias antes que cualquier otro no significa que su desarrollo sea mejor que el de los demás…en nada. La aparición temprana de destrezas, en condiciones normales, se debe al desarrollo o maduración de las áreas cerebrales responsables de dichas funciones, ¡esa es la cuestión!, por eso hay y habrá niños más avanzados que otros, pero no mejores o peores que nadie.

¿Con quién los comparamos? No les hagamos ese flaco favor a nuestros hijos, porque, según aquello que valoremos, según el día, incluso según nuestro estado de ánimo, pero sobre todo, según con quién los comparamos: un día serán niños “normalitos”, otros días serán “los peores”, y los menos, los convertimos en seres extraordinarios. ¡Para ya, por favor!

Luis Aretio.

 

 

Cómo conseguir que tus hijos te quieran.

¡Haz que se quieran, solo quien se quiere puede querer, y nuestros “seres queridos” han de saber quererse para poder querer!

Conviértete en el mejor ejemplo de sinceridad, de respeto hacia ti mismo y hacia los demás; entonces…te querrán, como toda madre o padre desean ser queridos y merecen ser queridos. Pero el riesgo es alto, y amenaza a la autoestima así como al futuro de muchas relaciones. La puesta en escena cada vez demanda mayor nivel de exigencia, ya no basta con ir al parque a jugar, no, ahora nos obligamos a llevar una agenda de ocio imposible de disfrutar, pero intachable de cara a los demás.

Para que tus hijos te quieran haz que aprendan a vivir sin ti, a mirar sin ti, a sentir sin ti, a pensar sin ti, a dar, a recibir, a agradecer y a perdonar, sin ti. Es entonces cuando todo ese afecto se volverá en forma de vínculo indestructible entre tú y tus hijos, es cuando tus hijos sentirán que te has preocupado de enseñarles lo que es la confianza y la seguridad en si mismos, bases indispensables de la famosa autoestima, que no es otra cosa que aprender a afrontar todo tipo de situaciones, incluido el fracaso, a tu lado, pero sin ti.

Luis Aretio.

 

Cómo conseguir que tus hijos te quieran.

¡Haz que se quieran, solo quien se quiere puede querer, y nuestros “seres queridos” han de saber quererse para poder querer!

Conviértete en el mejor ejemplo de sinceridad, de respeto hacia ti mismo y hacia los demás; Sigue leyendo Cómo conseguir que tus hijos te quieran.

En lugar de reñir…corregir, siempre.

La “máquina perfecta de reñir”, así definen muchos hijos a sus padres, o a esas madres que no se les pasa ni un solo detalle. Sobran ejemplos de cómo caer en la trampa de reñir por reñir, sin más, sin esperar nada a cambio; quizás te desahogas, quizás luego te arrepientas de algo, o no. Evitar este tipo de cepos que nos dejan por la casa es complicado, a veces casi imposible.

¿De qué sirve reñir?

Para quien riñe: se activa el área de la “mala leche”, es un área muy susceptible que todos tenemos en algún rincón del sistema nervioso. Dice cosas que no sirven de nada. Suelta sermones que serían la envidia de muchas psicofonías del “mas allá” (es decir, sermones fantasmas). Sobre todo: se siente frustrado, muy frustrado, y desencantado.

Para quien es reñido: se activa el protocolo de “tal como me entra me sale…” o ese piloto automático que lleva a permitir soportar largos sermones y reproches, creando una película transparente que hace que “le resbale” de todo lo que se le diga.

¿Y qué hacemos?

En lugar de reñir…corregir, siempre.

Porque corregir permite moldear la conducta o actitud deseada, permite rectificar, aporta aprendizaje, implica paciencia, constancia y perseverancia. Corregir es pedir que se repita la escena inadecuada por una más parecida a la que esperamos, es rectificar en positivo aquello, que por muchas circunstancias, no siempre se hace como deseamos los padres.

Para reflexionar: Mamá, Papá…cuando te equivocas, ¿te riñes?

Luis Aretio

En lugar de reñir…corregir, siempre.

La “máquina perfecta de reñir”, así definen muchos hijos a sus padres, o a esas madres que no se les pasa ni un solo detalle. Sobran ejemplos de cómo caer en la trampa de reñir por reñir, sin más, sin esperar nada a cambio; quizás te desahogas, quizás luego te arrepientas de algo, o no. Evitar este tipo de cepos que nos dejan por la casa es complicado, a veces casi imposible. Sigue leyendo En lugar de reñir…corregir, siempre.