En lugar de reñir…corregir, siempre.

La “máquina perfecta de reñir”, así definen muchos hijos a sus padres, o a esas madres que no se les pasa ni un solo detalle. Sobran ejemplos de cómo caer en la trampa de reñir por reñir, sin más, sin esperar nada a cambio; quizás te desahogas, quizás luego te arrepientas de algo, o no. Evitar este tipo de cepos que nos dejan por la casa es complicado, a veces casi imposible.

¿De qué sirve reñir?

Para quien riñe: se activa el área de la “mala leche”, es un área muy susceptible que todos tenemos en algún rincón del sistema nervioso. Dice cosas que no sirven de nada. Suelta sermones que serían la envidia de muchas psicofonías del “mas allá” (es decir, sermones fantasmas). Sobre todo: se siente frustrado, muy frustrado, y desencantado.

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Para quien es reñido: se activa el protocolo de “tal como me entra me sale…” o ese piloto automático que lleva a permitir soportar largos sermones y reproches, creando una película transparente que hace que “le resbale” de todo lo que se le diga.

¿Y qué hacemos?

En lugar de reñir…corregir, siempre. Porque corregir permite moldear la conducta o actitud deseada, permite rectificar, aporta aprendizaje, implica paciencia, constancia y perseverancia. Corregir es pedir que se repita la escena inadecuada por una más parecida a la que esperamos, es rectificar en positivo aquello, que por muchas circunstancias, no siempre se hace como deseamos los padres.

Para reflexionar: Mamá, Papá…cuando te equivocas, ¿te riñes?

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