La objetividad, la heladeria y la satisfacción personal.

¿Qué hacemos muchas veces cuando nos sentimos mal? ¿Por qué nos empeñamos en querer tomar decisiones cuando más vulnerables estamos?

La culpa de todo la tiene nuestra facilidad para querer valorar, medir y cambiar todo lo que creemos que está mal bajo estados emocionales negativos. Y claro, si estamos mal no valoramos igual como cuando estamos bien y normalmente nos volvemos a equivocar, y el desastre está casi asegurado.

Imagina que montas y diriges una heladería. Imagina que es febrero, que ha sido un invierno muy frío, imagina que no has vendido ni un helado. ¿Qué haces? Si te dejas llevar por ese estado de ánimo seguro que vas, haces caja y decides que cierras. Imagina que estas pasando un mal momento, ya seas tú, tu pareja, tus hijos o quien sea; imagina que estás en una etapa vulnerable de tu vida; imagina que te han defraudado, que tienes la sensación de que casi nada va bien desde hace demasiado tiempo. Eso será lo más parecido a un invierno patético.

Imagina ahora que es octubre, imagina que desde marzo ha hecho un calor sofocante, imagina que no has parado de vender, de ampliar la oferta de productos, de repartir a domicilio, de cumpleaños y bautizos. Imagina que vas y haces balance. ¿Qué harías ahora? Posiblemente montar una franquicia. Imagina que estás eufórico, que todo te sonríe, imagina que sientes la seguridad de estar haciendo siempre lo acertado. Eso será lo más parecido a un verano pletórico.

Ni una cosa ni lo otra.

Si nos dejamos llevar por el miedo a habernos equivocado, será entonces cuando nuestro entorno se tambalee y creamos que todo va a ser así para siempre. No sabemos hablarle al miedo de tú a tú, nos creemos pequeños cuando todo va a menos. Estamos inseguros,  dubitativos, ambivalentes y ciegos. Por eso nos precipitamos, porque queremos que ese estado cambie cuanto antes y caemos en el error de querer provocar el cambio a base de decisiones.

La euforia y la disforia son dos momentos contrarios pero que forman un mismo todo, una realidad en contraposición como dos amortiguadores que permiten una aparente estabilidad al Yo. No nos merecemos el mal favor de una mediocre valoración desde el sesgado balance de las cosas. ¡Ni Juanito… ni Juanón!

Hagamos un ejercicio de contención que permita una reflexión seria, rigurosa y completa. No caigamos en el tedio por no obtener lo esperado en todo momento. Es imposible mantener un equilibrio permanente entre lo que deseamos y lo que recibimos. Somos pura homeostasis, somos un flujo de emociones y sensaciones corporales en constante desplazamiento entre extremos opuestos. Lo importante es saber «hacer caja», aprender a elegir el mejor momento, porque no siempre lo que sentimos forma parte de la realidad exterior sino interior, que aunque no lo parezca, se diferencian tanto como se asemejan.

No somos buenos analistas con nosotros, solo queremos las maduras, y a eso no hay derecho.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

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