Maldita ansiedad, o no.

La ansiedad es el síntoma estrella del siglo XXI;  la identifican, la conocen y la expresan tanto niños, adolescentes como adultos. España es el primer país del mundo (se dice pronto) en consumo de ansiolíticos y psicofármacos. Somos líderes en gestionar mal nuestras emociones, en no saber encontrar respuestas a nuestras dificultades, en ir a lo fácil, en “tómese esto, y vuelva usted mañana”.

Pero, ¿Qué es la ansiedad? ¿A qué le tenemos tanto miedo?

“La ansiedad es básicamente un mecanismo defensivo. Es un sistema de alerta ante situaciones consideradas amenazantes. Es un mecanismo universal, se da en todas las personas, es normal, adaptativo, mejora el rendimiento y la capacidad de anticipación y respuesta”.

Vaya,  parece que no es algo tan nocivo como nos hacen creer. Es un síntoma, no un trastorno. Es una respuesta automática para prepararnos ante algo que creemos importante, trascendente o relevante y que nos puede deparar cambios más o menos inmediatos. No se siente tanta ansiedad si la amenaza es lejana, no se siente tanta ansiedad si lo que ocurre es ajeno a nuestra rutina, no se experimenta tanta ansiedad si controlamos las consecuencias; todo lo demás es miedo, que poco o nada tiene que ver con la ansiedad.

No dormimos bien, no comemos bien, no vivimos donde queremos sino donde apenas nos alcanza la hipoteca, no educamos bien, no disfrutamos de lo importante persiguiendo fantasías caras, y con todo esto nos plantamos en las consultas de nuestros médicos de cabecera para decirles que estamos agobiados, por supuesto ellos también, y en un efímero encuentro nos prescriben una pastilla que nos seda, nos calma, pero que no nos soluciona absolutamente nada de nada. ¿No resulta poco serio?

Sentir ansiedad es bueno, lo malo es el exceso. La distancia que hay entre lo que queremos y lo que realmente obtenemos (entre las expectativas y lo real) establece la distancia de satisfacción así como el nivel de ansiedad: cuanto más estrecho es el margen entre lo que deseamos y lo que obtenemos, menos angustia, menos palpitaciones, menos ansiedad. Si esta distancia se agranda, recurrimos a la queja como forma de expresar nuestra frustración; pero la queja no aporta nada, es una realidad circular que no lleva a ninguna parte, es una actitud inocua y estéril que nos recuerda una y otra vez aquello que nos falta, no nos gusta, o no tiene remedio.

Le hemos otorgado a la ansiedad una casusa sin final y hemos estigmatizado el concepto cargándolo de connotaciones negativas, añadiéndolo a nuestro vocabulario como algo habitual. Veo a personas jóvenes apegadas a sus ansiolíticos, veo a niños usar con demasiada frecuencia la palabra ansiedad (en muchos casos la palabra es más grande que ellos), y veo adultos resignados desde la indefensión a convivir con un síntoma que no hace tanto ni siquiera conocíamos.

Nos falta resiliencia o resistencia ante las dificultades, contención ante las molestias, todo lo queremos resolver por la vía rápida y fácil, que aunque a priori pueda parecer una opción cómoda, a posteriori se convierte en una dificultad muy compleja de resolver en demasiados casos. Debemos aprender a convivir con ciertos niveles de ansiedad sin que por ello haya que buscar desesperadamente una solución externa inmediata; tenemos la obligada responsabilidad de normalizar el desarrollo y la infancia de nuestros hijos y saber protegerlos de nuestra jerga de adultos. Debemos solucionar nuestras tensiones desde nuestros propios recursos, aprender a desdramatizar, a ignorar la aprensión de nuestros propios pensamientos, a inocular el estrés compensándolo con un descanso de calidad, y sobre todo, a aceptar que vivir no es fácil en demasiados momentos; eso nos permitirá alejarnos de la sobreidelización en la que estamos inmersos y que tanta frustración nos genera el confirmar que lo real poco o nada tiene que ver con lo ideal.

Maldita ansiedad… o no!

Luis Aretio

3 comentarios en «Maldita ansiedad, o no.»

  1. Magnifico retrato de la actualidad. Es verdaderamente criminal llevar este tipo de medicamentos a los niños y jovenes… pero, a la vista está, la farmacoindustria precisa nuevos enfermos medicalizados (clientes) para engrosar las cuentas de resultados de sus propietarios Fondos de Inversión.

  2. Si y no, el problema está en cuando la ansiedad se convierte en una «amiga» constante que convives con ella y con sus síntomas físicos, sin que haya nada real que haga que se manifieste. Es en ese momento en que los niveles de cortisol se disparan y llega un momento en que ya no eres capaz de controlarlo. Es el inconveniente de la sociedad en la que vivimos, una sociedad acelerada y llena de necesidades no necesarias, además de un sistema sanitario que olvida que el mejor tratamiento para la salud mental no es la farmacológica, sino la pscioterapeutica. «Mens sana in corpore sano»

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