La adaptación de los niños a la escuela.

Imagina que dejas de hacer lo que has hecho siempre, imagina que dejas de estar con quién has estado siempre, imagina que te llevan a un lugar donde no has estado nunca y te ves rodeado de personas que no conoces de nada, que nos sabes por qué estás en ese lugar, que no estás con quien quieres estar y que todo es amenazador por desconocido. ¿Te lo imaginas? ¿A que sería un agobio? ¿A que sentirías ansiedad mezclada con miedo y angustia? Pues eso es precisamente lo que sienten y experimentan los niños cuando se enfrentan al período de adaptación al centro escolar. ¿Lo entiendes ahora?

Todo será nuevo hasta que poco a poco les resulte familiar.

Si para un adulto es complicado afrontar una situación nueva (relación, trabajo, casa, pérdidas…) ponte en el lugar de ellos y trata de sentir lo que están sintiendo. Nosotros contamos con una supuesta ventaja, la experiencia de haber afrontado otros cambios anteriores y la certeza de que no pasa nada; pero los niños no, los niños no cuentan con esa experiencia, ellos sólo quieren que ocurra algo mágico que les devuelva a lo que hasta ahora ha sido su vida: su casa, su mamá, su papá y por supuesto su rutina.

Solo intentan expresar sus emociones, nada más.

Un adulto se supone que cuenta con herramientas a la hora de expresar sus miedos. Puede pedir consejo, puede llamar a sus familiares y amigos, puede desahogarse de mil maneras. Pero ¿cómo crees que se expresan los niños? Pues con la conducta, cambiando su patrón normal de comportamiento y desplegando un repertorio de respuestas difíciles dirigidas a que los adultos nos demos cuenta de sus sentimientos, de sus miedos. Así pues, es normal que: vomiten lloren hasta quedarse afónicos, no quieran jugar, no quieran comer, no quieran otra cosa que no sea volver a estar con mamá, papá o con sus maravillosos abuelos. Es normal que todo sean dificultades como también es normal que poco a poco descubran, y sobre todo acepten, que no han sido abandonados, que después de unas horas mamá o papá me recogen, que el miedo vaya remitiendo, que acepten a su Seño como nueva figura de apego y a sus compañeros como nuevas oportunidades de juego, pero no de un día para otro.

La puerta de la escuela es mágica, pero mágica de verdad.

Vemos a niños llorar desconsoladamente, incluso vomitar o patalear, y cuando se cierra y nos dejan de ver, zas, se callan y se incorporan al aula con absoluta normalidad. ¿Para qué lo hacen? Para que nos vayamos agobiados y preocupados por su malestar; algo así como “tú vete, pero te vas a ir agobiada/o”. Ya sabemos que les dura el tiempo de darnos la espalda, y eso debería ser para nosotros una gran ventaja.

¿Qué necesitan de nosotros los “adultos”?

Necesitan de nuestra mejor paciencia hasta que por sí mismos puedan crear una nueva rutina que les proporcione seguridad y confianza, y para eso se necesita tiempo y constancia, sobre constancia en la asistencia y en los horarios. Hay familias que si no trabajan deciden llevarlos un día a una hora y otro día a otra, y eso no hace más que impedirles el establecimiento y la normalización de su nueva rutina. Hay familias que al menor síntoma de dificultad deciden que ese día no vaya a la escuela, normal, pero el problema es que hay niños, muchos, que aprenden que estando un poco “malitos” se salvan de la escuela, y ese aprendizaje se puede llegar a convertir en pequeñas somatizaciones que le ayudan a quedarse en casa con mamá o papá.

Necesitan nuestra mayor y mejor naturalidad. Necesitan que nos vean tranquilos a pesar del despliegue de medios para hacernos sentirnos mal. Necesitan que les miremos con cara de “esto lo hacemos porque te queremos” y ya verás como al final, lo aceptan.

El gran momento de la recogida.

Otra gran oportunidad para expresarnos de manera dramática (según qué niños) lo mal que lo han pasado mientras nosotros no estábamos, y en lugar de alegrarse al ver a sus padres, vuelven al repertorio de llorar, patalear o mostrarse “indignados”  despreciando nuestras atenciones y nuestro afecto. Ni cuenta, de verdad, yo también lo haría pues es una forma inmediata de crear un estado emocional difícil en nosotros, y nos dejan con la duda de ¿dejará de quererme? ¿Le afectará todo esto más de lo normal? Repito, con todo el cariño, ni caso, hazle entender que lo entiendes, que es normal y que ya verá como en poco tiempo se le pasará.

Las Seños, una nueva relación de apego.

Si en algo destacan las Seños de infantil es en su maravilloso componente vocacional. Llevo quince años trabajando con ellas “codo con codo” y jamás he visto un mal gesto hacia sus niños. Los quieren, los cuidan, los miman, les enseñan mil cosas nuevas, comparten canciones, pañales y emociones. Les hacen cosquillas, les dan de comer, les hacen reír y sobre todo les secan las lágrimas que saben que les salen del alma. Son sus nuevas figuras de apego, y en un instante, saben que son las “sustitutas” de sus madres. Por eso se angustian y desesperan al principio cuando por cualquier motivo su Seño se ausenta de la clase aunque sólo sea un minuto. No tienen calma, no tienen paz hasta que la vuelven a ver aparecer majestuosas de nuevo por la puerta.

Tanto cariño cogen a sus niños, que he visto a muchas profesionales llorar como magdalenas cuando les toca la hora de cambiar de ciclo y decirles adiós con el alma encogida de la pena al tenerse que separar de ellos. Muchas son madres, pero eso no impide que los quieran como si fuesen sus hijos, unos hijos que la vida les ha prestado por un tiempo. Y eso, eso sólo pasa cuando la vocación antecede a la profesión.

El comedor. ¿Pero esto qué es?

Los niños hasta llegar al momento de “apuntarse al comedor” no han sido alimentados por más de dos o tres personas. Mamá, papá y o los abuelos. Pero, de repente, se ven en una sala rodeados de baberos, de cucharas de colores, de cuencos nuevos, de comida nueva, de texturas diferentes, de sabores desconocidos y de otros niños que como a ellos también les cuesta. ¿Tú que harías? Pues yo al menos intentaría resistirme, cerrar la boca o expulsar eso que no quiero tragar, y por supuesto esperar a que me alimente quien me ha alimentado siempre, faltaría más. Luego hay niños que se lo comen todo y que las familias no terminan de creérselo. ¡¡Pero si en casa no come casi de nada y todo triturado!! Sí mamá, sí papá, pero en casa hay mil motivos por los que convertir la comida en un reto o en drama, y en la escuela no porque no “entran al trapo”. ¿Lo entiendes?

A/A de todas las familias:

Escuchemos y confiemos en lo profesionales que cuidan a nuestros hijos a estas edades tempranas, ellos, ellas, tienen sobrada experiencia y han pasado por sus aulas demasiados niños como para que no sepan a qué se han de enfrentar. Su experiencia es la caricia con la que consiguen que sus niños y niñas se sientan poco a poco más felices y descubran un maravilloso universo donde todo es nuevo, pero que si les ayudamos, poco a poco, todo es mucho más amable y sobre todo familiar.

No es magia, es educación.

Luis Aretio.

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