A nuestro cerebro le gusta lo fácil, cuidado con tantas comodidades.

Venimos al mundo sin hábitos ni rutinas y observamos con asombro todo cuanto nos rodea, todo es nuevo para nuestro cerebro. Somos curiosos por naturaleza y nuestra curiosidad nos provoca querer aprender, querer saber y preguntar por todo lo desconocido. Somos lo que aprendemos, y ahí nace nuestra inquietud, nuestra necesidad de conocimientos y expansión: saber para ser. ¿Pero de dónde venimos? ¿Cuáles son nuestros antecedentes? Nuestro cerebro durante miles de años ha estado ocupado en una función casi exclusiva de autoprotección: defender su integridad y la de sus descendientes. Hemos pasado miles de años vigilando a los depredadores, miles de años programados para sobrevivir.

Toda esta evolución de nuestro cerebro se ha vuelto innecesaria en muy poco tiempo y su atención ha sido redirigida hacia necesidades secundarias menos urgentes y poco peligrosas: el trabajo como sustento económico, el ocio, el tiempo libre, la vida en familia, el aprendizaje formal; nuevas necesidades de una sociedad reinventada sobre un cerebro que ha llegado hasta aquí en una constante actitud defensiva. Ahora nuestras amenazas son psicosociales: de autoestima, de relación, de éxito social, de reconocimiento personal y profesional; en apenas cien años hemos reprogramado nuestras necesidades sobre una estructura cognitiva muy primitiva que apenas a tenido tiempo de poder adaptarse a todas estas nuevas demandas.

Ahora todo es confort, comodidad, inmediatez, y eso le encanta a nuestro cerebro; nos hemos relajado hasta límites insospechados, pero es una satisfacción irreal, es un placer superficial basado sensaciones que poco o nada tienen que ver con la felicidad, sino más bien con la comodidad y el hedonismo (la búsqueda del placer por el placer). Ahora no hacemos esfuerzos, somos expertos en sedentarismo y estamos haciendo creer a nuestros hijos que para ser felices debemos vivir rodeados de muchas comodidades (suelen ser muy caras) y  poder mantener actualizadas las grandes necesidades tecnológicas. La ética y la moral ya no se estudian ni se maman en casa; la religión está relegada al individualismo y al enfrentamiento entre creencias. Estamos en la era del primero Yo y luego Yo, ignorando las necesidades de una comunidad mundial completamente globalizada.

¿Dónde aprendemos a hacer esfuerzos? ¿Y a superar adversidades? ¿Qué referencias tienen las actuales generaciones para poder desarrollarse como personas íntegras? ¿Qué modelos son los más influyentes? Las respuestas las sabemos: no hay modelos de sacrificio, no hay referencias con las que construir un mapa mental real porque vivimos en una auténtica asincronía entre la realidad y las necesidades básicas para ser felices.

Nuestros hijos serán esclavos de una cultura nefasta, egoísta y demoledora si no hacemos algo con carácter inmediato; rompamos la inercia, cambiemos la tendencia desde cada casa, desde cada escuela, desde cada parque y cada calle. Eduquemos desde lo sencillo, desde lo normal, desde el equilibrio que debe surgir entre las relaciones afectivas y de disciplina que toda familia debe ofrecer a sus hijos.

Dar por dar es fácil, cómodo y no enseña nada, si acaso a no hacer esfuerzos. Saber cuándo dar y no dar es más ingrato, pero es lo que nos permitirá alcanzar esa tan deseada felicidad. A nuestro cerebro le gusta lo fácil, mucho cuidado con tanta comodidad.

No es magia, es educación.

Luis Aretio

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