1.- ¡Comerás huevos! Descubrir el enigma de esa frase tan repetida en casa y que nunca terminábamos de comprender del todo bien.
2.- ¡Que me dejes! Tomar conciencia de que nuestros hijos no nos necesitan al lado en todo momento porque lo que quieren es jugar o estar solos.
3.- ¡Vaya tela! Aceptar que nuestros hijos nunca van a ser como los habíamos imaginado en nuestra fantasía más retorcida y narcisista.
4.- ¡Lo que les queda! Darnos cuenta que en el colegio nuestros hijos no son los únicos sino sólo unos más de otros muchos, y que allí son todos iguales.
5 .- ¡Como vaya te enteras! Ver que sólo con las buenas maneras no hay forma de que obedezcan y empezar a plantearnos usar un poco la fuerza.
6.- ¡Ese es tu problema! Cuando vienen llorando porque les han molestado otros niños y lo más que nos sale es decirles que se defiendan.
7.- ¡Esto es lo que hay! Cuando se escuchan amenazas de «esto te lo vas a comer si no ahora en la merienda, y si no se guarda para la cena».
8.- ¡O lo cuidas o te lo quito! Dejar de regalar tantas cosas sumadas a las muchas que ya tienen porque además notamos que ni lo agradecen.
9.- ¡Mañana será otro día! Observar que las discusiones de pareja ya no son una tragedia sino que no pasa nada, que se puede tener un mal día.
10 .- ¡Ya os tocará. Cuando nos miran con mala cara en algún lugar público porque nuestros hijos molestan y les devolvemos la mirada con picaresca.
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Estos son algunos de los muchos indicadores que nos permiten sentir que hemos empezado a ejercer realmente de madre o padre. Porque tener hijos nos otorga un nuevo rol que no suele coincidir en el tiempo con el ejercicio real del mismo. Demasiadas emociones nuevas tanto para ellos como para nosotros, y ese es el misterio: crecer juntos y aprender que hay esquemas innecesarias, cosas que nos molestan y que solo nos hacen perder el tiempo.
No es magia, es educación.
Luis Aretio