El duelo: cómo aceptar una pérdida.

Estamos perdiendo a muchos de nuestros seres queridos de manera repentina y además en soledad. No estamos preparados para poner en cuarentena un duelo, eso es pedirnos demasiado; no podemos hacer nada, y la desesperanza nos invade sumándose a la impotencia de ni siquiera poder compartir el dolor con el resto de la familia. Es una muerte ausente, no ignorada, pero sin cerrar, sin un adiós cercano, sin una caricia amable.

Es muy complicado para nuestro desvalido cerebro poder aceptar (sin alcanzar a entender) que nos estamos enfrentando a mucho más que a una pandemia sanitaria, porque nos hemos visto envueltos en un trauma social que conlleva un dolor inimaginado hasta ahora. El cuadro de estrés postraumático que acompaña tardará en remitir en muchos casos; el hecho de ser una realidad que afecta a una gran cantidad de personas nos traslada a un escenario de duelo global, pero de catarsis individual, porque como se suele decir, “a cada uno le duele lo suyo”.

Aceptar la pérdida, no queda otra. Pero aceptar es decidir qué parte de quien nos deja se queda con nosotros. Ante el duelo podemos simplemente llorar la ausencia, o asumir su herencia, es decir, lo mucho que esa persona nos ha dado en vida, todo lo que nos ha enseñado, compartido, regalado; si es una madre o un padre, podemos mirar en nosotros y ver que ellos siguen en nosotros; porque somos parte de ellos, porque nos dieron lo que tenían, y con lo que ellos eran, nos hicieron como somos. Sus formas, sus valores, sus maneras, sus bromas, sus guiños, todo sigue en nosotros, con nosotros, y seguro que ellos, cuando nos vean desde su recuerdo (en nosotros), preferirán que nos quedemos con el orgullo de haber sido sus hijos en lugar de con la pena de la pérdida, y que sintamos la alegría de haber compartido todo lo que la vida nos ha permitido más que lo que nos ha quitado; esa es la diferencia entre la resignación y la aceptación, ésa es la decisión que hemos de tomar.

Es frecuente la aparición de un fuerte sentimiento de culpa por no haberles dedicado más tiempo, por no haber hecho algo concreto, o por no haber hablado de eso tan importante y que quedará pendiente para siempre. Es normal que aparezcan cambios bruscos en algunos hábitos principales como el sueño, la alimentación, apatía, abatimiento y cuadros depresivos o de irritabilidad, pudiendo experimentar un intenso odio, rabia e ira; lo que no es normal es que esos síntomas se cronifiquen y nos impidan continuar con nuestra rutina, entonces deberíamos buscar ayuda profesional especializada.

¿Y qué podemos hacer? Buscar herramientas que nos permitan expresar el dolor; despedirnos simbólicamente de quienes se han ido de esta manera tan extraña como precipitada. Muchas personas escriben una carta de despedida para quemarla después, y al arder, el humo sube hacia el cielo, haciendo así que esas palabras lleguen a su destino, el alma de ese ser tan querido. Se puede expresar de mil maneras, tantas como personas; se trata de usar cualquier medio que nos permita “echarlo fuera”: dibujo, pintura, poesía, escribir su biografía, plantar un árbol o lo que se quiera, pero dando ese toque de cierre, de ritual de despedida, de apretar el alma ante esta inmerecida y desconsoladora pérdida.

Lo inesperado nos supera, nos deja desnudos, perplejos en la antesala de lo imprevisible, y la bofetada de dolor es tan dura, que debemos permitir que durante un tiempo nos duela, y mucho. No debemos salir corriendo invadidos por el dolor buscando ayuda a la desesperada; todo duelo es un proceso natural que requiere tiempo, paciencia, cariño y templanza.

Aprendamos a guardar su mejor recuerdo en ese rincón mágico que todos tenemos tan cerca del alma, así tendremos con nosotros para siempre, sus sonrisas, sus caricias y sus miradas. Los echaremos de menos en todo momento, pero si lo aceptamos, la rabia dará paso al dolor, el dolor se transformará en pena, y la pena se volverá una amable y soportable nostalgia.

Estarán en nosotros sin estar con nosotros. Tú decides con qué te quedas.

Luis Aretio

11 comentarios en «El duelo: cómo aceptar una pérdida.»

  1. Muy interesante. Desde nuestra Unidad de acompañamiento en el Duelo, ánimo en esta interesante y necesaria tarea.
    Hospital San Juan de Dios, Córdoba.

    1. Gracias Hermano Isidoro. Afortunados somos quienes hemos vivido de cerca el extraordinario ejemplo de entrega, bondad y sacrificio en los demás y para los demás de San Juan de Dios. Nos vienen tiempos difíciles, pero que no se nos olvide nunca dar las gracias por cada mano dispuesta a curar, a acariciar, a apoyar y a aliviar el dolor de los demás.

  2. Muy oportuna e interesante. Me ha parecido oportuna y lo he reenviado a 2 personas que han perdido a su padre. Se me hace difícil pensar lo que se debe sentir sin tener la compañía de los amigos y familiares. Gracias por poner ese granito de arena.

    1. Gracias, Blanca. A veces con muy poco se consigue mucho, y si sumamos muchas manos, no habrá quien nos pare en esta labor de ayudar sin mirar a quién y de dar sin preguntar por qué. Un abrazo para esas familias allegadas!!

  3. Gracias Luis por estas reflexiones que pueden servirnos en las distintas situaciones de duelo, no solo ante el fallecimiento sino también en procesos de separaciones, que en las actuales circunstancias supone un doble sufrimiento….

    1. Así es Javier, un duelo es un proceso de cambio, de pérdida, y son muchos duelos que debemos afrontar a lo largo de nuestra vida; en la separación pasa exactamente igual, es un cambio de estatus, de pertenencia, de apego, pero la diferencia con este duelo de muerte es que las consecuencias son irreparables, asumibles, pero irreconciliables.

  4. ¿¿Y cuando es un hijo que no ha llegado, por una semana, a cumplir los 27 años?? Ni siquiera ha sido por el virus, sino un puto cáncer galopante. Pero esos padres, él primo hermano mío, han sufrido doblemente por las restricciones del confinamiento. Sin un abrazo de su familia, de toda la familia, que para eso somos muy clan.
    Dá igual que yo esté a +de 500 kms, los demás primos, su madre y abuela, sus hermanos y tíos siguen en sus casas, testigos impotentes de ese dolor que, ahora, solo pueden compartir en la distancia.
    Es la primera vez que lo pongo por escrito y hasta me ha costado verbalizarlo en los primeros 10 días.
    Gracias por abrirme esta ventana.
    Un beso

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